Hemos dicho en los blogs anteriores que somos seres complejos, lo que hace difícil tener un único objetivo que sea suficiente para sentirnos plenos. Nuestra complejidad demanda que nuestra intención apunte a más de un objetivo, y que cada uno de ellos nos conduzca — como si fuese una dirección con varias rutas — hacia una vida feliz.
Para clasificar estos objetivos que nos conducen a nuestro propósito — u “objetivos P”, como los llamaremos — haremos la distinción por ámbito de la vida en el que se llevan a la práctica que son aquellos espacios y/o actividades en los cuales invertimos nuestro tiempo y energía. Se podría decir que es la cancha donde se juega el partido de la vida. Son las instancias en las cuales llevamos a la práctica nuestros deseos o aspiraciones más relevantes.
Las posibilidades de estos ámbitos son variadas, pero las más comunes sueles ser: la familia, vida espiritual, conexión con la naturaleza, instancias de recreación, vida en comunidad y el trabajo.
El trabajo es, probablemente, el ámbito de la vida en el que más coincidimos la mayoría de los adultos. Al mismo tiempo, es al que normalmente más tiempo y energía dedicamos, pues se trata de la actividad principal que nos permite solventar nuestros gastos de vida. Puede tratarse de un trabajo profesional, oficio, en la esfera de las artes, ciencias, deporte, en fin, cualquiera que sea, lo importante, para efectos del propósito, es que estemos haciendo alusión a nuestra actividad principal, no a un pasatiempo o actividad accesoria.
Las necesidades que buscamos satisfacer a través del trabajo -y que son importantes para nuestro bienestar laboral-, van desde las más básicas como la seguridad de tener un ingreso estable o un lugar en que nuestra integridad física no corra peligro hasta las más espirituales, como la de generar un impacto positivo con nuestro quehacer.
En un mundo soñado, nuestros trabajos deberían tener un alcance que abarcara un gran número de personas y servir para resolver los grandes problemas de la humanidad. Pero eso no es necesariamente así. Tendemos a pensar que ese nivel de impacto es el único que vale, pero lo cierto es que los trabajos con esas características son muy escasos y no es necesario aspirar a alcanzar tal magnitud para lograrlo.
Todo trabajo, profesión u oficio, por el solo hecho de existir como tal, está al servicio de los demás, y por esa sola razón genera un impacto positivo en otros. Eso es así, y cuando no lo vemos, es porque no hemos hecho el esfuerzo de hacerlo consciente. El propósito se puede encontrar tanto en las grandes causas de la humanidad como en los trabajos más comunes y cotidianos, ya que hay una bondad implícita en el servicio a los demás.
Independientemente del tipo de trabajo que se trate, los estudios demuestran que aquellas personas que perciben sus empleos como una forma de entrega constante a los otros, los consideran como una parte mucho más significativa de sus vidas que aquellas que los ven como una mera actividad transaccional [1]. El neurocientífico Paul Zak hace la distinción entre el trabajo “transaccional” y “trascendente” [2]para abordar este punto.
El trabajo transaccional se refiere a los quehaceres cotidianos, aquellos en los cuales se intercambian bienes y servicios por un precio, lo que permite satisfacer necesidades tanto del que ofrece como del que demanda. Al contrario, el trabajo trascendente se refiere al rasgo cualitativo del servicio. Es la virtud que nos permite alcanzar la realización de nuestras capacidades y, al mismo tiempo, beneficiar a los demás. Por lo mismo, cualquier trabajo en el cual podamos estar al servicio de otro tiene la potencialidad de ser trascendente.
Si bien todos los trabajos generan un impacto positivo, podemos distinguir dos tipos tipos de impactos, el directo y el indirecto, en los que es interesante profundizar:
Impacto directo
El impacto es directo cuando el beneficio que generamos en otras personas o el planeta son apreciables o aparentes sin mayor esfuerzo consciente. El impacto directo es simple de percibir y se puede clasificar de la siguiente forma:
Impacto por acción:
Este tipo de impacto lo encontramos en aquellas personas que tienen una pasión por alguna actividad de tal magnitud, que no podrían vivir su camino de propósito si no es dedicándose a ella. Lo veremos en detalle más adelante, pero en definitiva se trata del chef que no se imagina su vida sin cocinar, del músico que no puede dejar de componer, del tenista que pasa el día entero en la cancha o del astrónomo que no cesa de mirar al cielo. Cada una de estas personas apasionadas con una actividad puede recorrer su camino de propósito y generar un impacto positivo, siempre y cuando comparta su actividad con los demás. Quién solo cocina o toca y no lo comparte con nadie, no puede trascender. En los deportes se da al representar a tu equipo, barrio o país en una competencia.
Impacto por creación:
También existe un perfil de personas que goza cuando crea cosas nuevas. Puede ser innovando, encontrando una solución a un problema o emprendiendo con una idea. Gente curiosa, arriesgada y con mente flexible que genera un impacto positivo, por ejemplo, encontrando nuevas soluciones a problemas existentes, o bien generando empleo a través de su empresa.
Impacto por contacto:
En estos casos, la actividad o trabajo que se realiza está directamente vinculado, en el tiempo y forma, con el beneficio que se genera, ya sea en las personas o en el medioambiente. Hay un contacto directo con el beneficiario, sea este una persona o la naturaleza.
Un cardiólogo que se dedica a salvar vidas en un hospital tiene clara la contribución de su trabajo. Sus acciones se vinculan directamente con el sujeto beneficiado, el paciente, lo que hace que la relación de su trabajo con el impacto positivo sea evidente. Esto mismo le sucede a un psicólogo cuando atiende en su consulta, o a un profesor en el aula con sus alumnos. También le sucede a un veterinario al cuidar a los animales, o a un guardaparques con la naturaleza que resguarda.
Lo relevante no es la profesión en sí, sino la posibilidad de estar en contacto directo con quienes se benefician. El líder de un grupo o una empresa también puede tener ese impacto directo sobre las personas que trabajan con él. Puede ser formándolos, capacitándolos, inspirándolos, o brindando nuevas oportunidades de crecimiento. Ser líder per se es una oportunidad para impactar positivamente en la vida de otras personas.
Impacto indirecto
En el impacto indirecto, existe una distancia temporal o física entre la actividad y la contribución que se genera para otras personas o el planeta. Esta característica hace que el impacto sea más difícil de percibir y nos desafía a observar más allá de lo evidente; a ser conscientes de la causa o valor que subyace en nuestras acciones.
Este tipo de impacto puede ser tanto o más beneficioso para las personas que el directo, sin embargo, al no ser evidente su conexión con el beneficio que se genera, nos desafía a estar constantemente conectando lo que hacemos con aquella causa o valor que nos motiva a hacerlo. De hecho, la manera de identificar una acción, tarea o trabajo en nuestra mente, puede ser determinante en cuanto al sentido y trascendencia que nos genera.
En este sentido, los niveles de identificación de una acción pueden ser bajos o altos. Los bajos implican significados concretos, inmediatos y específicos. Son simples, suelen ser automáticos, habituales y ejecutables sin necesidad de la consciencia. Por ejemplo, si me sirvo un plato de carne con papas al almuerzo, ante la pregunta sobre qué estoy haciendo, responderé que estoy comiendo carne con papas.
Por el contrario, los niveles altos de identificación consideran conceptos más abstractos que se alejan de la acción misma y, por lo mismo, nos permiten evaluar nuestras acciones dentro de un contexto o períodos más largos de tiempo. Al ser un ejercicio más complejo requiere, a su vez, de un nivel superior de consciencia que nos permita autodefinirnos en relación a los objetivos inferiores y más concretos.
En el ejemplo anterior, si lo llevamos a un nivel alto de identificación, ya no se trataría de comer el plato de comida que tengo al frente. Además de eso, también evalúo otras cosas, como el hecho de que sea saludable, si es suficiente cantidad como para que no me dé hambre hasta la cena, si me gustaría o no estar acompañada en ese momento, etc.
Lo mismo ocurre en la mítica historia de la catedral. Un peatón se acerca a una construcción en proceso, y les pregunta a dos albañiles — cada uno por separado — lo mismo: ¿en qué consiste su trabajo?
- El primero lo mira con cara de resignado, y le contesta apáticamente: “Estoy poniendo un ladrillo arriba del otro”.
- El segundo, con regocijo, pasión y orgullo, le contesta: “Estoy construyendo la catedral más grande y hermosa del mundo. Es probable que nunca llegue a verla terminada, pero me llena de orgullo saber que mis nietos vendrán a rezar aquí cada domingo”.
En esta historia se aprecia cómo, a través del proceso consciente de identificación de la acción, una misma actividad puede tener distintos significados para quienes la realizan. El primer albañil siente que tiene un trabajo, y el segundo que tiene una causa, que está avanzando en su camino de propósito. Ambos niveles de identificación son igualmente correctos, pero su incidencia en la percepción de la trascendencia de lo que hacemos es radicalmente opuesta.
Quienes utilizan un bajo nivel de identificación de sus acciones, experimentan también bajos niveles de satisfacción. Por el contrario, quienes logran un alto nivel de consciencia, sienten que su trabajo les permite trascender, pues son capaces de asociarlo a sus valores y a la satisfacción de sus necesidades más espirituales.
Cuando el impacto de lo que hacemos es indirecto, a lo que tenemos que apelar es a los valores que perseguimos alcanzar con nuestro servicio. Construir confianza, cuidar el medio ambiente, mejorar la calidad de la educación, avanzar en transparencia, promover la justicia e incentivar a una comunidad diversa e inclusiva, son ejemplos de algunos de los valores que los ciudadanos queremos promover y que las empresas saben cómo abordar. Con este tipo de impacto en mente, miles de empresas se encuentran revisando sus estrategias de negocios, buscando cómo declarar su propósito corporativo y atraer a aquellos talentos que crean lo mismo que ellas.
Estos ámbitos que te vas fijando, por sí mismos, no nos aseguran vivir una vida con propósito, es decir, el hecho de tener una familia, trabajo o contacto con la naturaleza, no nos garantiza nuestra felicidad, pero sí nos permiten organizarnos para ello. El ejercicio que debemos hacer es descubrir cuáles de estos ámbitos son realmente importantes para nuestra felicidad y, en base a eso, fijarnos aquellos “objetivos P” que nos permitirán vivirlos plenamente — considerando que pueden ser más de uno — y que irán evolucionando junto con nosotros.
[1] Grant. A (abril 2013). “In the Company of Givers and Takers”. Harvard Busssines Review 91(4):90–7, p. 142.
[2] Zak, P. (2017). Trust Factor: The Science of Creating High-Performance Companies. Amacom.