Si has estado leyendo mi serie “A propósito del propósito”, te has podido dar cuenta que llegué a un momento en mi búsqueda en el cual había logrado responder varias de mis preguntas. Tenía claro que todos los seres humanos tenemos el mismo propósito y que ese propósito es ser feliz.
Si bien sentía los avances, tenía la sensación de que esto era solo el comienzo. Si el dinero, el poder y la fama no me conducirían a la felicidad que estaba buscando, ¿qué tenía que buscar? ¿A qué se refería Aristóteles cuando hablaba de la eudemonía o felicidad del alma? Todo parecía indicar que estaba a punto de encontrarme con un nuevo mundo, hasta entonces absolutamente desconocido para mí. Algo menos racional y más espiritual estaba por venir.
Entonces, y con la película más clara, me empecé a abrir y a conversar de estos temas con otras personas, a hacer charlas y cursos sobre el propósito. Para mi sorpresa, me encontré con muchas personas que, al igual que yo, sentían un vacío y tampoco comprendían por qué lo sentían ni cómo llenarlo. En general, se trataba de gente que, al menos en apariencia, tenía una vida realizada pero, sin embargo, dejaban entrever que “algo” también les faltaba. Las historias eran todas más o menos similares:
Ignacia, 45 años. Dermatóloga, casada hace 15 años, 2 hijos:
“Soy una mujer felizmente casada y madre de dos hijos. He sido bendecida con salud y estabilidad financiera. Estoy buscando formas de satisfacer un sentimiento inquietante. Es como un vacío en el centro de mi alma”.
Juan Pablo, 35 años. Abogado corporativo, separado, 1 hijo:
“Se supone que he hecho todo correctamente; tengo una carrera que he desarrollado por muchos años y me va muy bien, pero hay una inquietud dentro de mí que me dice que hay algo más en esta vida”.
Andrés, 24 años. Egresado de Ingeniería Comercial, soltero:
“Busco darle una dirección a mi vida, un sentido de propósito, algo que defina quién soy. Necesito algo más, no quiero hacer lo que otros esperan que haga, pero no sé cómo llegar allí”.
Francisco, 60 años. Empresario del rubro inmobiliario, casado por segunda vez, cuatro hijos mayores de edad, recientemente abuelo:
“He sido feliz, no me puedo quejar. Con mucho esfuerzo he logrado una vida exitosa de la cual estoy muy orgulloso. Pero siento que debo dejar algo más a mis hijos y a las futuras generaciones. Me pregunto, ¿cuál será mi legado? ¿Por qué seré recordado? ¿Qué parte de mi va a trascender?”.
Luz, 36 años. Arquitecta, casada, una hija, procedente de una familia muy religiosa:
“Siempre me he considerado una persona espiritual. Creo en algo superior, pero la religión no es el lugar donde siento que pueda encontrar las respuestas a mi razón de ser. Me gustaría vivir mi espiritualidad en conexión con los demás y a través de mi actuar. Siento que vivimos en un universo fragmentado, y el propósito es un camino para lograr la unión de nuestras almas con el Todo. Pero no sé si esto es posible”.
Por un lado, conocer estas historias me hizo darme cuenta que no estaba sola. Éramos muchos los que estábamos experimentando una “crisis de propósito”
Buscando los puntos en común entre todas las historias e investigando distintos estudios que existen y que son bastantes, les puedo compartir que esta crisis suele iniciarse en la adultez temprana y cuando nuestras necesidades más básicas están cubiertas. Obviamente, no todas las personas con estas características tienen necesariamente que pasar por ella. De hecho, según los estudios más recientes, entre un 30% y 40% de la población adulta despierta a la necesidad e inquietud de vivir una vida con propósito.
Pero lo que me llamó más la atención fue que de aquellos que despiertan esta necesidad, muchos no se atreven a iniciarse en este camino. En el estudio titulado “¿Qué debiera hacer con mi vida?”, el periodista y escritor norteamericano Po Bronson realizó una crónica basada en más de novecientas entrevistas a adultos que estaban buscando su propósito en la vida.
Bronson descubrió que un tema recurrente que impide que las personas logren transitar el camino de propósito, es el miedo. En su estudio, reunió las cuatro razones principales, todas relacionadas con el temor a algo. Veamos a continuación cuáles son y cómo se pueden graficar en breves historias:
1/ El miedo a no poder discernir entre un verdadero propósito en la vida y un deseo aparentemente egoísta.
Javiera, tras graduarse de médico, descubre que, en realidad, su verdadera vocación consiste en ser pianista. Pero adoptar esa vía supondría abandonar todo lo que había hecho hasta ese momento y defraudar esa causa que había abrazado por tanto tiempo, para comenzar desde cero y perseguir su pasión.
2/ El miedo a que esta búsqueda los aleje de sus seres queridos, en vez de acercarlos.
Rayén, madre de familia, es una joven y talentosa orfebre. Sus joyas de plata son muy cotizadas en el mercado internacional. Un grupo de jóvenes emprendedores mapuches que viven en California le proponen irse a Estados Unidos para darle una proyección internacional a su producción. Rayén sabe que el valor de sus joyas se multiplicaría por diez, y la idea le resulta muy atractiva. Sin embargo, ni siquiera contesta las llamadas por miedo a tener que dejar a su familia en Chile.
3/ El temor a que esta búsqueda no lleve a resultados prácticos, y que provoque pobreza en lugar de enriquecimiento personal y económico.
Max estudió Letras y Periodismo y siempre soñó con ser editor. Pero cuando su amiga Valentina le propone hacer una inversión para poner su propia editorial, Max piensa que perderá todos sus ahorros: decide no arriesgarse y mantener su trabajo como periodista.
4/ El temor por ver el propósito de la vida como algo misterioso y escaso, en lugar de algo concreto y generoso.
José, emprendedor tecnológico, es ateo. Cada vez que le hablan de espiritualidad o trascendencia, contesta que esas cosas no son para él, sino para personas santas como Sor Teresa de Calcuta o el Dalai Lama. Cuando su señora lo invita a un taller de meditación y autoconocimiento, él le responde que no entiende cómo el aislarse del mundo puede beneficiarlos, que es más productivo invertir ese tiempo trabajando y luego dar limosna a los necesitados de vez en cuando.
En ese minuto me di cuenta de que no bastaba con tener la necesidad o entrar en crisis, sino que hacía falta mucho coraje para hacerse cargo de ella y no muchos lo logran. Cómo bien dice Brené Brown “tener coraje es ser valiente y tener miedo al mismo tiempo”.
Para avanzar en esta búsqueda me dediqué a estudiar y observar a aquellos que se encontraban activamente construyendo su propio camino de propósito. ¿cómo lo hacen? ¿lo consiguen eventualmente? ¿alcanzan esa felicidad que tanto anhelamos?
Para la tranquilidad de todos, esas personas sí existen y veremos cómo diseñar un camino como el de ellos al tratar el “camino del propósito” en el próximo artículo.
A PROPÓSITO DEL PROPÓSITO es una serie de 8 publicaciones que compartimos semanalmente para difusión en alianza con Trabajo con Sentido. Este es la 2ª publicación de la serie. Se trata de fragmentos del libro “El Propósito No Era Lo que Yo Creía…pero en el camino descubrí mucho más” disponible en abril 2021.